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martes, 10 de mayo de 2011

Siempre he sentido rechazo por los trabajos manuales, y no me refiero sólo a los que exigen un esfuerzo físico, sino a todos los que requieren una destreza manual, basada en el entendimiento de lo que se hace, en la estrecha relación mundo/ hombre. Suelo sentir en esos casos de extrema urgencia en los que hay que ponerse a arreglar alguna cosa una torpeza, una desgana, que me paraliza. Me digo, con el ánimo de justificarme que debe ser por el tiempo vivido en otros cuerpos, en los que fui alguien dedicado al trabajo de sol a sol, en días de lluvia y ventisca, en noches frías llevando el agua de un prado a otro. Lejos quedan esos días de entrega, y mi obligada disposición a saber cómo era la realidad para domeñarla con mis manos. Pero qué lejos queda ése que fui para que ahora pueda ser éste, un hombre que ha depositado en la mirada, en la contemplación del mundo, su único anhelo.

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