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martes, 17 de mayo de 2011



No hace tanto tiempo. Al principio supuse que no veía un muro protegido desde la infancia. Entonces era frecuente ver las tapias armadas con sus defensas. Siempre creí que aquello era una reminiscencia de otra época, quizás de la posguerra, cuando había que persuadir a los ladronzuelos para que eligieran otro huerto, aunque los frutos no fueran tan tentadores. Pero no, de eso no hace tanto tiempo. Esta tarde mientras esperaba mi turno en los aparcamientos de uno de esos sitios donde inspeccionan los vehículos me fijé en los árboles que asomaban detrás de una tapia, era una finca que conservaba un gran aljibe para el riego, ya seco. Tuvo que ser, me dije, una gran hacienda, con cultivos y frutales. Pero ahora quedaba limitada, encerrada entre nuevas construcciones. El nombre del paraje Zamarula me resultó curioso. Toda esta extraña toponimia, El Marraque,  El Chuche, rememora lo que fueron grandes fincas, hace apenas medio siglo, pequeños oasis con sus grandes propiedades cerca de la vega. Aquellas familias afortunadas hacían su vida intramuros. Afuera quedaba el mundo, y para sentirse seguros no bastaba con la ley y las fuerzas del orden. Todo servía para persuadir a los necesitados. Hoy esta tapia es una falsa alegoría, pues qué puede quedar del pasado, sólo sombras.    

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