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sábado, 7 de mayo de 2011

No recordaba mis sueños hasta que esta mañana leyendo a W.S. Burroughs descubrí su sueño de volar. Es extraño, pensé, el sueño de Burroughs no se parece en nada a mi sueño de volar. Supongo que cada uno tiene su propio universo onírico, y es ahí donde somos diferentes. En mi sueño lo más difícil era iniciar el  vuelo. Recorría una gran distancia buscando en el impulso de mi cuerpo la fuerza necesaria, levantaba los brazos  hundiéndolos en el aire, con el deseo de poder elevarme, y dejar atrás la tierra,  todo mi peso, mi cuerpo de hombre. El inconsciente ha borrado todos los intentos fallidos, como si no existieran. Y sin embargo puedo contar cómo ya en el aire, sin miedo, a gran altura, me desplazaba libremente. Los árboles, las montañas, pequeñas casas en lo más profundo, quedaban atrás, bajo mi cuerpo, que dibujaba una línea horizontal casi perfecta. Bajo mi cuerpo el mundo era hermoso, habitable, sereno. A veces, cansado de sentirme libre, descendía buscando algún calvero. Todo el temor que no había experimentado antes me paralizaba. Mis brazos, mis piernas, perdían naturalidad en sus movimientos, y no respondían a mis deseos. Los nervios me zarandeaban, y caía, caía. Entonces, abrí los ojos,  y un sol frío entró por la ventana hasta mis brazos .      

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