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martes, 24 de mayo de 2011

 Sábado, 21 de mayo. Desde Abrucena seguimos un camino de montaña hacia la sierra. Íbamos en busca del encinar situado a mayor altitud de toda la península, aproximadamente a 1.500 metros. La sierra sin nieve se descubría desnuda. En lo alto el sol acariciaba las rocas, y ni siquiera las nubes eran una amenaza seria. Entramos en un escarpado bosque de encinas que crecen en los bordes rocosos, detrás de un rastro cierto que nos llevara hasta los boletus que nacen entre los chaparros. Dos ejemplares se escondían sin dejar al descubierto más que una mancha ocre, y una piel lisa.

Fueron los primeros que cogimos. Después seguimos otro rastro, el de la pata de perdiz, más abundante entre la pinaza , aunque también nacen cerca de las encinas, bajo su manto protector. Eran ejemplares jóvenes, y sanos. En el bosque la mañana se mecía sin  prisa, ajena a la discordia , al ajetreo de los hombres, a sus horarios y  obligaciones. Dos hombres y un perro, lejos del mundanal ruido, en el bosque que guarda, después de siglos la misma naturaleza. Hubo un tiempo para el amor y un tiempo para la guerra, pero aquí nadie supo nada. El sol deslumbraba entre las ramas poderosas, y se encendía en la corteza , como si fuera un friso de piedra esculpido por hábiles artesanos. Hombre y universo, en un sueño imposible.

Para Francisco Peralta.

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