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domingo, 29 de mayo de 2011

Llegan inesperadamente las lluvias. Vienen acompañadas de una brisa fría impropia de este tiempo, y de estos lugares. El sur se alimenta de luz, pero esta luz de hoy se encierra en si misma. Parece imposible, casi un espejismo, ver las calles mojadas, las sombrillas de agua abiertas y bajo ellas los hombros desnudos de esas jóvenes que pasan deprisa, cruzando de una acera a otra. Miro el cielo impenetrable, extrañamente digno en su terca generosidad. Me ofrece un día para el recogimiento, para la calma que busca siempre el cuerpo con la fatiga a sus espaldas. Dejo la ventana abierta para que entre el frío, y coloque su mano sobre mi hombro. Verdad y dicha, dos anhelos que pueden fundirse como el agua y la tierra, mientras llueve.

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