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jueves, 14 de mayo de 2020

ANNONE Y GIACOMO BARABALLO

Se oyen las carcajadas de la plebe
al paso de la gran comitiva.
En silla de oro
el poeta Giacomo Baraballo
recita unos versos
                             sobre un elefante.

Rafael Sanzio lo dibujó pequeño
y con rasgos de hombre ridículo.

El animal tenía también sus rarezas,
era albino, un extraviado del orbe,
imperceptible, sin embargo, 
en las líneas del maestro de Urbino.  
                                                                
Por las calles de Roma suenan los vítores.
Annone y Baraballo han quedado
inmortalizados para la historia.
Y nadie juzga la indolencia
del todopoderoso León X.

Cuántas veces el poeta 
recodará la gloria que ese día 
le arrebataron.

Cuántas, las lágrimas cayendo

                   del cuerpo de Annone.


domingo, 10 de mayo de 2020

Para Antonio González Pérez


La poesia que tanto amo sólo puede ser
una fugaz y delicada acción del ojo.
                                           JW

TRATADO DE LA INOCENCIA

Vuelve a sentarse sobre las tablas del árbol
serradas con la precisión de un cirujano de pueblo.
Dos vacas rubias o negras, el color es lo de menos,
tiran del carro por el camino da Besada.
Las piernas se balancean en el aire
                                   mientras cae un sol de justicia.
Una palabra que oye  - sin entender nada-
en la lectura del domingo,
también sus piernas al aire y las rodillas
en los descansaderos  
                                                              del árbol.


El camino queda atrás, y el huerto de Don Ángel
no tiene árboles sino confituras frescas 
                                             en bandeja de plata.

Van sus ojos recomponiendo el mundo: os lameiros,
las tierras con flores de nabo, y de patata,
el trébol húmedo de la noche para la corte,
y más prados en el horizonte
y castaños en la ladera que saluda el sol.

La memoria es una boca de tierra.
Devuelve o no la vida. A veces llena de moscas y tábanos,
limpia,sucia,
                             según el día.

Sentado sobre las tablas del árbol mira sus manos.
No son las mismas. Han crecido pero siguen siendo inútiles
para el trabajo.
Quisiera tener la destreza para hacer con ellas
alguna cosa seria: sembrar trigo, cerrar la herida del tejado,
arreglar la rueda que ayuda a hacer más largo el viaje.

Pero ahí sigue, contemplando el camino;
las nubes cierran el paso a un sol radiante,
parecido al que ayer relucía entre sus manos.
                
Aunque a él no le importa que sea más viejo.