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lunes, 9 de mayo de 2011

Ando estos días ocupado en redactar las líneas de presentación del Rafael Juárez. Nada me resulta más esforzado que indagar en los versos de alguien con el propósito de construir una interpretación o teoría poética. Lo que necesito cuando leo es que la palabra llegue a ese lugar de mi cerebro donde reina la intuición   - el impulso, la emoción, lugares vírgenes siempre, alejados de la conciencia y el análisis -   y la zarandee. Sólo sintiendo esa convulsión, que no sé nunca a qué responde, consigo ser dichoso. Por eso intentar explicar con palabras lo que siento es algo así como buscar un grano de arena con nombre en un desierto. Y sin embargo persisto en el intento.  

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