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lunes, 16 de mayo de 2011

Nunca sentí molesta la mano del viento, ni siquiera en los días más tórridos del verano cuando el levante asola, y obliga a esconderse. Me acostumbré a su terca insistencia, a su revuelta, quizás porque la luz disminuía su presencia, invadiéndolo todo. Este viento del noreste, ahora que llevamos unos días con los cielos cubiertos de nubes extranjeras y el sol duerme en algún lugar, deshace la calma y acentúa el desánimo. Los días siguen siendo ajenos al lugar aunque la humedad se refugie como siempre en nuestros cuerpos. Puedo permanecer lejos de lo que pasa, pero este viento insiste en traerme cada tarde el recuerdo, y entra dentro de mi con toda su furia.   

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