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martes, 14 de junio de 2011

Viejas encinas que alumbráis el tiempo, no merezco miraros. Es tan limpia la luz, y tan ajena, que vuelven mis ojos, una y otra vez, sobre esas sombras que se arremolinan. Dulce quietud que todo lo embarga, mis manos cogen la mala tierra y alimentan un cuerpo. Mis pasos me llevan ahora hasta las piedras desnudas, y voy sabiendo que nadie vela en esta vigilia, que nadie protege con sus manos esta llama enferma. El viento abre  distancias, me arroja lejos, como si fuera esa cáscara pequeña que dejan los animales abandonada.

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