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viernes, 3 de junio de 2011

Desde febrero no había vuelto a ir a la casa de campo. La pinaza extendida sobre la pista de cemento se acumula ahora formando pequeños montículos, oscura por la lluvia de esta mañana, por la ausencia de los últimos meses. El cielo nublado como pocas veces se ha visto en primavera, entristece aún más la casa. Todo parece anticipar el otoño, y ni siquiera hemos entrado en la estación más larga. Los setos orgullosos muestran cubierto de hojas su esqueleto, los almendros extenuados reflejan las sombras de los días pasados, la parra sobre un techo de cañas, extremadamente delicada, avanza hacia los pinos que han dejado las viejas agujas y enseñan sus brotes. Subo los peldaños de la escalera, el agua estancada de la piscina me dice que el tiempo pasa sin piedad sobre las cosas, también sobre los hombres. Cierro los ojos y vuelven aquellas horas que nunca serán como antes. Pienso en detener el movimiento, en armar de nuevo las piezas de ese día que parecía eterno, auque sea el último.

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