Vistas de página en total

jueves, 14 de junio de 2012


No deja de sorprenderme Vila-Matas. Después de leer El mal de Montano y Doctor Pasavento he comenzado Exploradores del abismo, un título que parece bastante pretencioso para una serie de relatos . Pero qué misteriosa  sigue siendo la literatura. Los versos de Juarroz que incluye el escritor barcelonés en el primer relato Café Kubista me llevaron a indagar sobre el poeta. Acudí a una antología de poesía vanguardista latinoamericana, creyendo que allí encontraría algo del  argentino, pero ni rastro del vate. Estuve revisando las antologías de poesía hispanoamericana que conservo en mi biblioteca y di con una de Espasa Calpe, donde aparecen algunos poemas de Juarroz, de tono muy parecido al que había seleccionado Vila-Matas. Pero lo sorprendente fue descubrir  en aquellas mismas páginas, un poco más allá a otro de los antologados : Heberto Padilla, poeta cubano, torturado y encarcelado por el régimen castrista y repudiado por gran parte de la intelectualidad y la progresía española. Aún hoy es difícil encontrar un libro de poemas  del que quizás es uno de los mejores poetas en lengua española  del siglo XX. Fue reencontrarme con Padilla , como digo, una sorpresa . Leí todos los poemas del cubano incluidos en aquella vieja antología , algunos ya los conocía, y sentí tristeza y rabia, la misma extraña sensación que había experimentado  el pasado verano cuando descubrí casualmente la poesía de Padilla. Me apresuré a seguir su rastro por internet , sabiendo que las huellas de un autor vilipendiado son las de un desaparecido. Lo que encontré me hizo recordar lo leído en aquel tiempo, aunque una referencia a la traducción que Padilla había hecho de Un diario. Jakob von Gunten, de Robert Walser, que desconocía,  fue de nuevo una extraña coincidencia que ha unido  el destino de  estos dos escritores a los que admiro.

En el siguiente relato de Vila-Matas, La Modestia,  que aparece recogido después de un breve texto titulado Otro cuento jasídico , me encuentro a un viajero del autobús número 24 que va tomando notas de las expresiones, los rostros, y las vidas intuidas de la gente que viaja en esa línea de autobús. Durante muchos años , también yo subí al 24, en  la parada de la calle de la Salud, junto a la clínica del Doctor Seguí, para ir a cualquier parte. A Gala Placidia, pues me dejaba muy cerca del barrio de Gracia, a la Diagonal, al Paseo de  Gracia o a la Plaza de Cataluña, a los pies de las Ramblas. Los domingos cogía el mismo autobús, que hacía la misma ruta, y al que solo cambiaban las cifras por unas letras , para ir al mercado de San Antonio en busca de algunos libros de baratillo. Ya entonces seguía los pasos de Vila-Matas, pero siempre le perdía pista. Luego su literatura ha hecho el resto. De qué poco ha servido que mi madre se llame Modesta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario