No deja de sorprenderme Vila-Matas. Después de leer El mal
de Montano y Doctor Pasavento he comenzado Exploradores del abismo, un título que parece bastante pretencioso
para una serie de relatos . Pero qué misteriosa sigue siendo la literatura. Los versos de
Juarroz que incluye el escritor barcelonés en el primer relato Café Kubista me llevaron a indagar sobre
el poeta. Acudí a una antología de poesía vanguardista latinoamericana,
creyendo que allí encontraría algo del argentino, pero ni rastro del vate. Estuve
revisando las antologías de poesía hispanoamericana que conservo en mi
biblioteca y di con una de Espasa Calpe, donde aparecen algunos poemas de
Juarroz, de tono muy parecido al que había seleccionado Vila-Matas. Pero lo
sorprendente fue descubrir en aquellas
mismas páginas, un poco más allá a
otro de los antologados : Heberto Padilla, poeta cubano, torturado y
encarcelado por el régimen castrista y repudiado por gran parte de la intelectualidad y la
progresía española. Aún hoy es difícil encontrar un
libro de poemas del que quizás es uno de
los mejores poetas en lengua española
del siglo XX. Fue reencontrarme con Padilla , como digo, una sorpresa .
Leí todos los poemas del cubano incluidos en aquella vieja antología , algunos
ya los conocía, y sentí tristeza y rabia, la misma extraña sensación que había experimentado
el pasado verano cuando descubrí casualmente la poesía de Padilla. Me apresuré a seguir su rastro por internet ,
sabiendo que las huellas de un autor vilipendiado son las de un desaparecido.
Lo que encontré me hizo recordar lo leído en aquel tiempo, aunque una
referencia a la traducción que Padilla había hecho de Un diario. Jakob von Gunten, de Robert Walser, que desconocía,
fue de nuevo una extraña coincidencia
que ha unido el destino de estos dos escritores a los que admiro.
En el siguiente relato de Vila-Matas, La Modestia, que aparece recogido después de un breve texto titulado Otro
cuento jasídico , me encuentro a un viajero del autobús número 24 que va
tomando notas de las expresiones, los rostros, y las vidas intuidas de la gente
que viaja en esa línea de autobús. Durante muchos años , también yo subí al 24,
en la parada de la calle de la Salud, junto
a la clínica del Doctor Seguí, para ir a cualquier parte. A Gala Placidia, pues
me dejaba muy cerca del barrio de Gracia, a la Diagonal, al Paseo de Gracia o a la Plaza de Cataluña, a los pies de
las Ramblas. Los domingos cogía el mismo autobús, que hacía la misma ruta, y al
que solo cambiaban las cifras por unas letras
, para ir al mercado de San Antonio en busca de algunos libros de
baratillo. Ya entonces seguía los pasos de Vila-Matas, pero siempre le perdía
pista. Luego su literatura ha hecho el resto. De qué poco ha servido que mi madre se llame
Modesta.
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