Cruzar una línea no trazada aún y sentir el
vértigo, el peso de la armadura que protege el cuerpo. O no cruzarla, y dejarse
acariciar por esa brisa que toca las hojas, pero no su centro. El sol cumple
los plazos, acaricia el pecho de las hojas, las columnas que parecen sostener nuestra
existencia. Cada día renueva el compromiso. No se cansa, no mendiga ni riqueza
ni compañía. Nace y muere siempre, y en silencio. Aprende de su empeño, de la
costumbre.
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