El cielo ha permanecido todo el día sin un rastro de
sombra, como un cristal que deja pasar los rayos y se enciende, y calienta el
aire como una brasa. Así de repente, sin conceder una pausa al invierno, alejando
las mañanas templadas cuando el cuerpo se despierta y lo celebra, para urdir estos
días que llegan. Este fuego reclama impurezas. Bienvenidas de nuevo si despiertan
del letargo las pieles enfermas, si zarandean el uso y el sentido de nuestros
actos.
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