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lunes, 2 de abril de 2012

Son los adelantados, vencejos o estorninos cruzando de una punta a otra el ventanal de pequeños cuadros. La luz deja un rastro de cobre, su veta en los cristales, y es grato mirar el cielo, la tarde que también se mira, aún quieta, despreocupada de esas ráfagas de viento. La razón no concede ningún valor a las cosas. Los muros blancos reflejan las aguas interiores, tan cerca y tan distantes, el ruido equívoco de un sueño cuando llama, y nadie contesta, por temor, por el dolor que deja cuando pasa. Abres la ventana y entra la noche disfrazada, con todo su esplendor y su engaño. Y crees ahora que la muerte es un personaje sin obra en este ensayo, alguien virtuoso porque no repara en tu ofensa.

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