La cigüeña segura en su nido divisaba la quietud de la tarde, y los campos segados casi desnudos. En lo alto su cuello levantado dibujaba una ese elegante. Su pico delgado, sus ojos claros, parecían ajenos a este paisaje de castaños y robles, de arroyos que descienden entre viejas sombras amigas. Y sin embargo no extrañaba las nubes que lentamente descendían para acostarse en el valle, acomodando su cuerpo a la noche, a esta noche fría que viene sin amenazas.
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