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sábado, 30 de abril de 2011

Buscaba en los canastos de hojas y semillas colocadas sin un orden aparente aquellas que pudieran aliviarme. Leí, detenidamente, cada uno de los cartones que con letra limpia, de imprenta, anunciaba para qué enfermedad era el remedio. Esperaba encontrar alguno que pudiera convertirme en otro. Algo así como Para los que no quieren seguir siendo el mismo. Enseguida me di cuenta que la leyenda era demasiado larga. En aquellos cartones blancos el vendedor tenía que hacer una síntesis, y eso exigía concretar muy bien el mal, no irse por las ramas. Lo mío, pensé, tiene que poder resumirse en pocas palabras. Estuve dándole vueltas para definir lo que me pasaba. Para cambios de personalidad. No estaba mal, me dije. Quizás haya alguna planta que pueda transformarme en otro. Cuando se acercó la vieja que atendía el puesto me di cuenta, por sus ojos, que su vida no había sido lo que se dice unas castañuelas. Me miró como si reconociera en mi algo propio. Y me susurró unas palabras que nacían de dentro: señor, lo siento, señor, no se puede hacer milagros. 

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