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sábado, 23 de abril de 2011





Salimos con el sol de la mañana. Pronto dejamos atrás, a nuestra derecha,  el cruce hacia Cabo de Gata. El playazo a lo lejos era una línea inconfundible, casi familiar. La tierra que nos recibe ahora, a la entrada del Parque, parece que rezuma sangre, de ahí que la llamen tierra colorá. Los lugareños la cubren con plásticos, bajo estructuras metálicas que han sustituido a los viejos invernaderos levantados con poco más que humildes maderos. Nos siguen algunas nubes caprichosas, de una blancura extrema, que hacen más azul el cielo. Estos lugares habría que recorrerlos a pie, sin urgencia por llegar a ninguna parte. Los ojos no se acostumbran a la belleza. Las lluvias de este pasado invierno siguen nutriendo de verdor algunos acebuches y azufaifos , mazos de palmitos desperdigados, y una hierba rala que parece pintada. Los palmerales cerca del mar son un espejismo, oasis con los que sueña el viajero. Sí, algo tienen estas tierras de espejismo, tanta luz ¿ acaso no nos ciega ?. La Isleta , Rodalquilar, Las Negras, en cualquiera de esos lugares podría uno cerrar los ojos, sintiendo la mano del sol, y su aliento como un soplo de vida.  

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