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domingo, 30 de diciembre de 2012



La poesía de Houellebecq es desalentadora, como una mañana ahogada o el silencio reprimido por los golpes de la tristeza. Es domingo, el último domingo del año. El movimiento perpetúa la vida, fija el calendario de nuestros deseos y nuestros sueños. La rutina, sin embargo, es tranquilizadora, tan querida cuando brilla el sol, y la luz entra sin permiso hasta la recámara. Podría vivir sin todo aquello que me acompaña mientras no muera esta luz. Entrega un coraje que no es virtud , y la fuerza que necesito, la que busca cualquier ser vivo, vegetal o piedra. Sólo entonces cumplo con el rito de creer que aún hay esperanza. Agradezco al sol una voluntad que no tiene, fruto del azar o de los dioses. Y a ellos debería encomendarme. A este sol que sigue apareciendo cuando nadie lo espera . 

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