Mas allá de una edad donde los años no cuentan y poco
importan las celebraciones, uno desearía que todo siguiera igual, en esta media
comodidad que resulta grata a los sentidos y nada convulsa. Sin fechas que
cumplir, ni calendarios que fijan las más absurdas conmemoraciones, dejar que
la vida pase irrelevante y banal como si se tratara de un ejercicio sin
respuesta posible y por eso inútil en su mismo planteamiento. Sólo así podría
uno sentir la paz perdida en estos días de obligada felicidad que nos confunde
y nos aleja de un camino tranquilo. Al margen de ese cántico de falsa solidaridad
y dudoso amor quizás podría construirse un mundo sin máscaras que ocultaran los
gestos de desprecio y resentimiento, de miedo y necesidad, esos gestos que
consiguen a veces alejarnos de la masa furiosa que sigue endiablada la
corriente de la virtud y la generosidad. Todo pasa demasiado veloz para
malgastar las fuerzas y este tiempo que nos ha tocado vivir, y que sin darnos
cuenta es ya pasado. Tan esclavos aquéllos que aún siguen conmemorando con entusiasmo
una epifanía, y alcanzan a ver más allá de sus ojos. Aquéllos que creen en un mundo mejor.
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