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viernes, 11 de enero de 2013




Mas allá de una edad donde los años no cuentan y poco importan las celebraciones, uno desearía que todo siguiera igual, en esta media comodidad que resulta grata a los sentidos y nada convulsa. Sin fechas que cumplir, ni calendarios que fijan las más absurdas conmemoraciones, dejar que la vida pase irrelevante y banal como si se tratara de un ejercicio sin respuesta posible y por eso inútil en su mismo planteamiento. Sólo así podría uno sentir la paz perdida en estos días de obligada felicidad que nos confunde y nos aleja de un camino tranquilo. Al margen de ese cántico de falsa solidaridad y dudoso amor quizás podría construirse un mundo sin máscaras que ocultaran los gestos de desprecio y resentimiento, de miedo y necesidad, esos gestos que consiguen a veces alejarnos de la masa furiosa que sigue endiablada la corriente de la virtud y la generosidad. Todo pasa demasiado veloz para malgastar las fuerzas y este tiempo que nos ha tocado vivir, y que sin darnos cuenta es ya pasado. Tan esclavos aquéllos que aún siguen conmemorando con entusiasmo una epifanía, y alcanzan a ver más allá de sus ojos.  Aquéllos que creen en un mundo mejor. 

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