Llevo el cuerpo a los extremos. Lo dejo sin
defensas, extenuado, sin aliento, como un objeto extraño que no padece y no
recuerda cómo eran los días de sol sobre la arena blanca y los acantilados.
Deshago el nudo de la carne, el tiempo grasiento que acumula desesperanzas, y paso
una hoja fría que disecciona los días, el agravio que pesa y debilita mi
esqueleto. Entre poleas, entre ruedas
que recogen el esfuerzo, cierro los ojos inútilmente esperando que la oscuridad
me abrace sin ninguna súplica ni reclamo. Y luego regreso convencido
de que el esfuerzo no corrige mis hábitos, mi educación, mi dudosa caligrafía.
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