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domingo, 9 de diciembre de 2012



Llevo el cuerpo a los extremos. Lo dejo sin defensas, extenuado, sin aliento, como un objeto extraño que no padece y no recuerda cómo eran los días de sol sobre la arena blanca y los acantilados. Deshago el nudo de la carne, el tiempo grasiento que acumula desesperanzas, y paso una hoja fría que disecciona los días, el agravio que pesa y debilita mi esqueleto.  Entre poleas, entre ruedas que recogen el esfuerzo, cierro los ojos inútilmente esperando que la oscuridad me abrace sin ninguna súplica ni reclamo. Y luego regreso convencido de que el esfuerzo no corrige mis hábitos, mi educación, mi dudosa caligrafía.

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