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sábado, 3 de diciembre de 2011

Como finalmente no salió mi reseña sobre la exposición de Luis Cañadas en la prensa local, al menos que quede constancia de mi admiración por el artista en este blog.


Luis Cañadas. Más que un pintor.

La vida para un artista en la España de posguerra no tuvo que ser ni muy grata ni  muy glamurosa, sobre todo para aquellos que como Luis Cañadas llegaron a Madrid con poco más que sueños en el equipaje. Sin el amparo de una familia pudiente, sin apenas galerías de arte ni coleccionismo en un país famélico y pobre, y sin un Estado que amparara o promocionara a los artistas, ni siquiera a los que ideológicamente comulgaban con el régimen, menos aún a  alguien educado desde muy joven en los valores progresistas y de izquierdas, Luis Cañadas fue encontrando sin embargo un lugar en ese Madrid artístico, convirtiendo el sueño de la pintura en algo real, y en un modo de vida.
            La obra del almeriense es la obra de un hombre en permanente lucha consigo mismo, con sus creencias y sus incertidumbres, y de esa lucha lo que a la postre ha brotado  es un profundo humanismo, el de alguien que se enfrenta al dilema del ser despreocupándose de las obligaciones del tener, un rasgo poco común que trasciende la concepción del arte actual, más preocupado por las ferias y los mercados, las cotizaciones y los premios de lo que sería deseable. Será este humanismo el que defina a  nuestro artista y lo haga un sujeto casi irrepetible.
Porque más allá de su condición de pintor, Cañadas es también un ejemplo de compromiso personal, un buen franciscano en este mundo del arte generalmente hostil y proclive a las vanidades, y el mejor maestro, el que ha sabido transmitir a los alumnos, además de la técnica necesaria, el anhelo, que tantas veces se echa en falta, de querer ser artista, sabiendo que para ello hay que asumir una disciplina de trabajo , de dedicación plena,  y una entrega sin demora ni reproches , aunque ello suponga  empeñar la vida. El hombre entregado a esa búsqueda, personal, propia, no entiende de coartadas, ni de engaños.  Por eso la obra de Cañadas guarda para sí una verdad que raras veces reconocemos en la noche de los fuegos de artificio del arte. No deslumbra, ni nos ciega, pero no se apaga, no se consume. Por algo será. Pueden ver en el claustro de la Escuela de Artes y Oficios una pequeña muestra de sus trabajos, óleos, témperas, tintas, o mosaicos, una oportunidad de contemplar la obra de uno de los artistas almerienses de la diáspora, que como la mayoría de sus viejos compañeros indalianos no ha tenido de su lado la suerte, y mucho menos el reconocimiento de las instituciones que debieran tutelar un patrimonio cultural y artístico que se dispersa cuando no se pierde en el olvido para terminar siendo sólo escombros y ruina. Lástima . Un homenaje, admirable, el de la Escuela, un recuerdo al maestro que ha defendido su vocación, contra vientos y mareas, a lo largo de toda una vida. Un ejemplo.



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