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jueves, 10 de noviembre de 2011

Nadie conoce mi refugio. Duermo de día, y de noche espero que la luz ilumine lo de dentro. Sólo el ruido de mi mente me distrae. Afuera, la vida parece detenida, pero una presencia me dicta cada palabra. Está conmigo, y fuera de mi. Por eso escucho con cuidado cada rama que mueve el viento, cada respiración ajena, cada llamada. Voy dejando un rastro como lo hace un animal herido. Todas las noches deseo lo mismo. El tiempo no es un estorbo, se resguarda en la cabaña del frío como una bestia temerosa acurrucada entre cenizas. Así son las noches del pensamiento, desnudas, indefensas frente a todo.



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