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domingo, 27 de noviembre de 2011

Extrema delicadeza del agua que pasa su mano sobre la tierra sin causar daño. Su transparencia no entierra ni  esclaviza. Calma la mirada, y lleva el pensamiento más lejos, más allá de lo visible. Pero no siempre el agua llega por su cauce. A veces levanta piedras, rompe la calma en mil pedazos, ahoga semillas y raíces. Cuando esto ocurre está obligado el pensamiento a ser justo, a ser como el lago que recibe toda la furia, el brazo de la lluvia golpeando. Y a tener la fuerza suficiente para levantar los troncos y las ramas partidas, recogiendo del fango los deseos, aquéllos que nos hacen tan desesperadamente humanos. Sólo esa esperanza, que  limpia el cielo de amenazas, parece tener el hombre.

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