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sábado, 23 de febrero de 2013

Una nube rezagada permanece inmóvil detrás de la ventana. No parece una nube joven. Su cuerpo está deforme, grumos apelmazados cubren su centro y en los bordes una carne flácida, de color más oscuro,  se deshilacha. Pero ella sigue, ahí, recibiendo la última luz que trae la tarde. Febrero ha sido frío, inconstante, y ha dejado rachas desordenadas de viento a su paso. Como un enfermo que espera mejores días cierro los ojos. A veces es conveniente no juzgar las cosas, dejar que pasen esas nubes cuanto antes, sin ser vistas, sin sufrir por ellas, con la misma majestuosidad que vuelan las grullas, bellas y frágiles al mismo tiempo.

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