Una nube rezagada permanece inmóvil detrás de la
ventana. No parece una nube joven. Su cuerpo está deforme, grumos apelmazados
cubren su centro y en los bordes una carne flácida, de color más oscuro, se deshilacha. Pero ella sigue, ahí,
recibiendo la última luz que trae la tarde. Febrero ha sido frío, inconstante,
y ha dejado rachas desordenadas de viento a su paso. Como un enfermo que espera
mejores días cierro los ojos. A veces es conveniente no juzgar las cosas, dejar
que pasen esas nubes cuanto antes, sin ser vistas, sin sufrir por ellas, con la
misma majestuosidad que vuelan las grullas, bellas y frágiles al mismo tiempo.
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