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miércoles, 20 de febrero de 2013



La habías visto, antes incluso de oírla. Estaba quieta, en el aire, contemplando cómo la tarde iba oscureciéndose , y alargaba su figura hasta ahogar las casas situadas a ambos lados de la carretera, con sus muros de invierno incapaces de sujetar algún verdor, el recuerdo de otras estaciones más cálidas . La vi allí, sin rostro, pero con los ojos clavados en mi, diciéndome que su presencia no era fortuita. Ninguna concesión , ninguna tregua, puede alejarla por mucho tiempo. Y sentí el frío que nace dentro de uno ante el desorden y el miedo. Ese frío que teje una mordaza. Y pensé en la pobreza, en la necesidad que obliga a aquellos que no tienen nada a mirar los días de otra forma, a sobrellevar la tristeza con gallardía. Esa tristeza que sólo vence a los cobardes. 

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