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jueves, 20 de septiembre de 2012




La tarde sigue siendo tozudamente húmeda, a pesar del viento que trae y lleva sin rumbo esos mínúsculos grumos blancos, tan blandos y dóciles como indefensos. No quiere la lluvia deshacerse de este aire caliente que como miel derramada se queda dentro de los poros, y obstruye la respiración. Por eso sudan también los árboles necesitados de alguna misericordia. No quiere la lluvia traer el descanso, una paz merecida después de haber atravesado el desierto, durante más de 40 días. Viajan esas nubes sin cumplir su promesa, a trompicones, de un cielo sumiso a un lugar sin nombre. Aquí bajo la arboladura de hierro la ausencia del pájaro delata una tarde larga, las cicatrices que el sol va cincelando en el ojo. 

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