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domingo, 11 de marzo de 2012

Sacude el sol los cuerpos dormidos. Marzo, va dejándose abrazar, desperezándose de su letargo como los mirlos que acuden desde un bosque inexistente hasta la grava aún fría de una primavera que llama a mi puerta. Miro el reloj que marca una hora también inexacta, su trazado circular representa una forma perfecta, aquella que dibuja principio y fin sin alejarse nunca de su centro, y veo más allá de la hora señalada una esperanza que fabrica no quién mira, sino alguien, o algo, otro, otros que saben que he de seguir el paso intentando no caer antes de tiempo, olvidando que todo comienzo exige una pérdida, una desaparición. 


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