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miércoles, 13 de julio de 2011


A veces el destino es un mero trámite cuando intuimos que todo es más que posible, más que probable, sólo un mero trámite y cuestión de tiempo. Ese tiempo ha transcurrido deprisa, más para unos que para otros, pero ha sido un tiempo bien aprovechado por Aitor Lara. Atrás han quedado aquellos años sevillanos, tan plenos en el recuerdo como lo fueron de vida. Aitor se defendía entonces desvelando la otra cara de una ciudad como Sevilla, siempre hay un lugar para la belleza al margen de los bienpensantes. Su mirada era despierta y no dejaba nada por mirar, ni por vivir, nada que lo alejará un simple prejuicio. Lo que vino luego, al cabo de los años, fue verlo como fotógrafo. Su obra parece decirnos el respeto que siente por los grandes maestros de la fotografía en blanco y negro, pero guarda de aquellos años de descubrimiento la devoción por lo fronterizo, y lo oculto, por esos mundos que la mirada del artista es capaz de trascender, de elevar sobre una realidad tantas veces maltrecha, y relegada a las sombras. Su obra tiene una fuerza inusual en estos tiempos donde degustamos mejor la mermelada que los arenques, y el artista es demasiadas veces una vedette sin fuste ni agallas. Esa fuerza, que es honradez, honestidad, lo salvará del olvido. Pero no será fácil que su obra pueda digerirse. Ya se sabe, sólo el tiempo le concede al destino la razón.





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