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domingo, 20 de octubre de 2013

Las acacias



Las acacias fueron durante mucho tiempo sólo el nombre de una calle. Una calle pequeña con casas de planta baja, algunas con su terrado, o una aún más pequeña vivienda retranqueada en la planta de arriba. La vida parecía en aquella calle la de cualquier pueblo, alejada de la ciudad y del tráfico que recorría Paseo Maragall, en ambas direcciones.  Pasaban semanas, a veces meses, sin ir a casa de tío Evaristo , pero cuando una mañana de domingo llegábamos hasta la puerta de su casa y llamábamos el sol relucía sobre las copas de las acacias con la misma fuerza  que ahora, en esta lejana  ciudad del sur. Poco me fijaba entonces en esos detalles. Por eso me sorprende que aún quemen con tanta  fuerza esos días, aquellas visitas tan amargas siempre, y vea en su  rostro la engañosa luz que trabaja sin demora.  Y aún así al ver hoy estas acacias en la acera, frente a una casa con seto recortado y muro de enredadera tan extraña  y  ajena a las construcciones de esta zona, he creído que estas acacias me traían de nuevo hasta su puerta, y que él bajaba a abrirnos, y entrábamos como la última vez, como si nada pudiera contra la vida.

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