Casi olvidado, como toda belleza que pasa
desapercibida, descubro en una de las vitrinas del CAMA un dibujo de Antonio
López Díaz que me traslada a uno de los momentos más felices del arte moderno, las vanguardias de los años 20, ésas que comparten con el noucentisme más de una influencia. Y claro, vienen a la memoria los
dibujos de línea precisa de aquellos artistas, Togores y Suñer, que merodearon
en torno a los postulados de Eugenio d´Ors, el viejo mentor de los indalianos,
y entonces todo adquiere sentido. Estas figuras
desnudas, cuyos volúmenes siguen los preceptos del arte clásico, Roma y Grecia
, y su ideal de belleza, evocan un neoclasicismo que tuvo su auge en aquella
década, y que marcaría, sin embargo, el rumbo posterior del realismo, cuando ya
la pintura se afanaba por indagar en otras direcciones. Pero en el trazo de este dibujo, en esas
líneas onduladas de muslos y espalda, y en la gracia de la caída del cabello,
está bien aprendida la lección de una nueva academia, la de Picasso y Matisse, y
la de escultores como Maillol y Hugué. Para muchos artistas españoles de los años 40
y principios de los 50 la influencia del arte italiano fue también decisiva, un
arte que unía tradición y modernidad, en un retorno
al orden que promulgaba la revista Valori
Plastici. Y bien mirado, no es ésa también la influencia, la lección
aprendida, de Cezanne, la que le permite dibujar a Antonio López un paño sobre
la arena mediante pliegues y líneas quebradas insinuando geometrías. Oh, cuántas sorpresas me depara este pequeño dibujo conservado en un viejo cuaderno de espirales, a salvo del
sol y de los años.
Antonio
López Díaz. Sol sobre los años. Exposición en Centro de Arte Museo de Almería.
CAMA.
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