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jueves, 30 de mayo de 2013

No quisiera morir



No quisiera morir
Sin haber conocido
Los perros negros de Méjico
Que duermen sin soñar.
                           B.V.

NO QUISIERA MORIR


Los días encontrados
en el cajón de la basura,
arrojados con rencor y desprecio
como los versos
que sólo acarician la lengua,
o esa leche agria
que sirve
para alimentar la mosca.
Envejecer, una extraña
forma de aceptar la muerte.
Tú, joven poeta,
duermes en el nicho
y oyes a los perros
recorriendo las esquinas,
negros perros de Méjico
que duermen sin soñar.
Y hablas de ese sueño
equivocado,
del vértigo que nace
en el estómago
cuando masticas sombras,
y hundes los dedos
en los muslos,
y mueves las rodillas,
y la saliva se pierde.
No quisieras morir
tan pronto.
Rosas pequeñas
crecen en el jardín de al lado.
La música toca
un gastado cuerpo,
y algo te arrastra
hasta la noche.
Un fuego, dentro,
cada vez más libre,
como si fuera el último,
frío, inhóspito,
te da la bienvenida.

Y no acudes a ese lugar
con la esperanza
de una muerte digna.

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