No quisiera morir
Sin haber conocido
Los perros negros de Méjico
Que duermen sin soñar.
B.V.
NO QUISIERA MORIR
Los días encontrados
en el cajón de la basura,
arrojados con rencor y desprecio
como los versos
que sólo acarician la lengua,
o esa leche agria
que sirve
para alimentar la mosca.
Envejecer, una extraña
forma de aceptar la muerte.
Tú, joven poeta,
duermes en el nicho
y oyes a los perros
recorriendo las esquinas,
negros perros de Méjico
que duermen sin soñar.
Y hablas de ese sueño
equivocado,
del vértigo que nace
en el estómago
cuando masticas sombras,
y hundes los dedos
en los muslos,
y mueves las rodillas,
y la saliva se pierde.
No quisieras morir
tan pronto.
Rosas pequeñas
crecen en el jardín de al lado.
La música toca
un gastado cuerpo,
y algo te arrastra
hasta la noche.
Un fuego, dentro,
cada vez más libre,
como si fuera el último,
frío, inhóspito,
te da la bienvenida.
Y no acudes a ese lugar
con la esperanza
de una muerte digna.
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