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lunes, 13 de agosto de 2012


No sólo la voluntad del hombre determina el orden de las cosas, la mecánica del mundo. Esta alambrada que separa dos tierras, dos propiedades, qué fronteras establece, y durante qué tiempo . Las ramas crecen libres sin conocer fechas ni nombres, se mueven según el viento las sacude, ajenas al deseo, y tantas veces a la esperanza de quien las vigila. Detrás de cada alambrada hay un hombre que pretende ser dueño de un destino que esconde su cara, distante y extraño como un cuerpo presentido y sin embargo no nuestro. Las horas más dulces vividas en este trozo de tierra, en este espacio literariamente protegido  - llenan los árboles un cielo que es cúpula y horizonte -  son las horas que ya han pasado, las horas que dejan su rastro en la memoria, un lugar desprotegido que no entiende de lindes,  alimentado por un extraño que sobrevive a los años, y construye un mundo igualmente cierto y falso, porque tan bello es lo uno como lo otro, y por eso necesario. ¿Pero , quién establece el orden por el que se rige el mundo? ¿Quién vigila el mecanismo que hace rodar los días y las noches, con esta calma aparente, y nos concede el privilegio de sentirnos dueños de esta hacienda, y de este tiempo? Luz pequeña que un soplo de aire entierra.

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