No
sólo la voluntad del hombre determina el orden de las cosas, la mecánica del
mundo. Esta alambrada que separa dos tierras, dos propiedades, qué fronteras establece,
y durante qué tiempo . Las ramas crecen libres sin conocer fechas ni nombres,
se mueven según el viento las sacude, ajenas al deseo, y tantas veces a
la esperanza de quien las vigila. Detrás de cada alambrada hay un hombre que pretende
ser dueño de un destino que esconde su cara, distante y extraño como un cuerpo
presentido y sin embargo no nuestro. Las horas más dulces vividas en este trozo
de tierra, en este espacio literariamente protegido - llenan los árboles un cielo que es cúpula y
horizonte - son las horas que ya han
pasado, las horas que dejan su rastro en la memoria, un lugar desprotegido que
no entiende de lindes, alimentado por un
extraño que sobrevive a los años, y construye un mundo igualmente cierto y
falso, porque tan bello es lo uno como lo otro, y por eso necesario. ¿Pero , quién
establece el orden por el que se rige el mundo? ¿Quién vigila el mecanismo que
hace rodar los días y las noches, con esta calma aparente, y nos concede el
privilegio de sentirnos dueños de esta hacienda, y de este tiempo? Luz pequeña
que un soplo de aire entierra.
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