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sábado, 30 de marzo de 2013



El marco conserva las huellas, el deterioro causado por las inclemencias y el desprecio del tiempo. Dentro, la pintura mantiene aún el pulso firme frente a las grietas y los desencantos.   Se nota que el viejo sueño del artista permanece aún con sus ritmos vitales. Aún hay fuerza para llevar la mano hacia un paisaje abierto, con su  hierba anárquica, y sus calveros despintados.  Los árboles, pequeños e indefensos,  crean una línea imaginaria que nos aparta de los peligros que a lo lejos se intuyen, en esas manchas crecidas, insinuándose allá en el horizonte. Y detrás, un cielo, cauto, sin color, ni confianza. Como el futuro, siempre incierto, y a la vez necesitado de esperanza.

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