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jueves, 20 de octubre de 2011

Quién sabe con certeza si el hábito de la lectura no aboca a la desesperación, a la oscuridad más absoluta. Cada día, al terminar de leer algunas páginas de Llámalo sueño de Henry Roth acuden a mi las sombras y los temores de David Schearl, pero no su fortaleza. Me pregunto si cargar con el peso de sus incertidumbres sin ser yo él , y sin alcanzar sus metas, como si solo lo terrible se cebará en mi, y no la dicha, el amor que a veces el destino generosamente reparte a los que van en su búsqueda, es justo. Por qué  el recuerdo de lo leído no trae hasta aquí algún calor, y sólo hago mío lo que a él le inquieta, esas manchas que la tormenta deja en su piel, las señales que el miedo dibuja en sus ojos. Acaso no merezco conocer las letras sagradas que salen de sus labios, y esa  fe que abre todas las puertas, las puertas del infierno y las del paraíso.

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