EL KILOMÉTRICO
Detrás
de una montaña de zapatos, sentado cabizbajo, regentaba una pequeña tienda
llena de brumas y lluvias traídas desde su tierra natal a esta calle de
Barcelona pulcra y menesterosa. La puerta de cristal giraba en sus pernios
desafinados advirtiendo de una nueva visita. Eran años de sombras y luces
pequeñas que pugnan aún por sobrevivir. Y como entonces oigo al hombre rebuscar
entre hojas de periódico y montones de púas. Y lo veo erguirse sobre las
adversidades y sacar de un lugar oscuro los billetes del kilométrico entre
aquel olor que sólo fabrica la pobreza, y el desorden, y no consigue borrar la
grasa del betún que con mano experta extiende sobre la piel cosida y recosida
mil veces, mientras pasa la gamuza y saca lustre. Y aquél que fui deja sobre el
hueco del mostrador el dinero contado, como si fueran las últimas monedas de la
civilización.
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