Hoy la lluvia tiene
cuerpo, y ojos y manos poderosas, y cumple con la rutina aprendida a lo largo
del tiempo. La oigo arrimarse hasta mis huesos, trabajar en silencio, y siento
su poder y su misericordia. Nada es
ajeno a su voluntad. Cae con todo el pasado y el presente juntos sobre las cosas, y las
hace débiles, cada vez más débiles. Llueve como ha llovido durante estos cincuenta y
dos años , sin darme cuenta, sin saber que nunca ha dejado de hablarme y
decirme que cuando mañana luzca el sol será solo un espejismo, una manera de
sentirme dueño de la tierra que ella nos
entrega. La lluvia, falsa o verdadera, reclama un lugar en mi cuerpo.
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