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miércoles, 16 de marzo de 2016

¡Qué lento pasa el tiempo, y qué medido!
                                   Antonio Colinas


¡QUÉ RÁPIDO  PASA EL TIEMPO, Y QUÉ MEDIDO!
                                                                                 

¡Qué rápido pasa el tiempo, y qué medido!
Ayer crecían los frutos del avellano
y el sol y el agua cubrían la hierba.
Aún guardo esos días como si fueran míos,
la rueda parada, y los sacos de grano en la tierra,
las nubes acariciando un verde intenso,
y el runrún de las chicharras,
y los pájaros revoloteando sobre el pecho.
Nunca la vida ha sido como lo fue aquellos días
con sus largas colas de luz, sus risas
y emociones: sentir más fuerte el latido
de una vena, acaso como un presagio.
Ahora, el viento mueve las viejas ramas,
y se oyen los pasos equivocados,
las sombras sobre el puente, ya sin tablas,
sin nudos que mantengan
el cuerpo, lejos del vacío.
Las ausencias reclaman una mano.
La memoria es lo único que tienen,
el sueño de saber
que todo aquello no ha muerto.
¡Qué lento pasa el tiempo, y qué medido!
si vuelvo de noche
a mirar el molino entre la hierba,
en busca de una señal, de un testigo
que diga qué fue de esos días,
por qué la negra amenaza acabó con todo.

Y oigo el lamento de las ruinas,
al pájaro solitario que no duerme
donde sólo reina la tristeza
y no hay ni dueño ni orden.

Arde el templo.
Las llamas ascienden solas.

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