Benditos son los muertos sobre los que llueve la lluvia.
Edward Thomas
Su
voz es familiar. Tal vez en la mesa de su escritorio
también
guarde algunas hojas de castaño,
o aquéllas
más cercanas del nogal
o del
manzano que llenan el huerto de la casa.
Sus
ojos, de tanto en tanto, necesitan aliviarse
mirando
el cielo en su crepúsculo.
Y aunque
no lo conocí siendo joven
puedo
entender sus gestos,
la
melancolía que envuelve su pensamiento
cuando
está acostado sobre la hierba,
sin
hacer nada, sin desear nada,
y oye
el vuelo, las alas negras de una mariposa.
Y
entonces busca en su memoria
y abre una ventana, y deja que pase
y conozca
su casa,
los
sueños que se siguen soñando en los libros,
en
los cuadros, en el sillón que conserva
la
postura de su cuerpo, y guarda una sombra
para
después.
Aunque
sea ésta la primera visita,
la más inesperada.
la más inesperada.
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