Esta
cuchilla llena de señales,
mellada
por las traiciones y los halagos,
tan
vieja como la luz que convoca
tan
distraída con los asuntos
que
en verdad nos preocupan,
tan
ensimismada
que
no entiende otras razones
que
la belleza,
una
pieza que descuartiza el carnicero,
-aquí
los nervios, allí la musculatura-
y
prepara para finos paladares.
Esta
cuchilla que ni se ensucia
ni
abre las carnes
parece
destinada sólo a unos pocos elegidos,
no
diré profesiones, ni credos,
a
las vitrinas y gabinetes,
de los iniciados.
Esta
cuchilla sigue, aquí, dormida,
envejeciendo
en un cajón desvencijado,
perdida
como un viejo sueño que se aleja,
como un cuerpo sin esperanza.
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