MISERICORDIA
No tienen horario
y no respetan las normas.
A veces tampoco son fieles a los afectos.
Son orgullosas y humildes, señoras y siervas.
Pero nunca he sentido el espíritu tan tranquilo,
y mi vida como ahora,
cuando llegan y abren la puerta
y cruzo el umbral que deja atrás
una existencia gris, si no están ellas,
aunque sea un mendigo. A fin de cuentas
qué más puedo pedir, seguir sus pasos
entre la niebla. Allí donde la luz
consigue borrar el miedo. Y abrir las manos
para recibir lo que estén dispuestas a darme.
Y alabar, un día y otro, su misericordia.
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