Aún no pero
ya sí.
Elegir un lugar.
Allíí donde la noche escucha la respiración
y el llanto.
Marcar las lindes, como el que marca
con fuego y sangre el aire.
Y así, definidos los límites,
amasar el barro y levantar los muros
de una atalaya, o un templo.
Y alcanzado el cielo de la casa
pintar con el blanco la tristeza y los sueños
para que no envejezcan.
Y mirar dentro, en ese lugar, cómo el amor,
o la idea del amor,
ha ido vistiendo el silencio
con lo único
que tiene.
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