Sigue el viento enseñando sus garras. La luz, sin embargo, es clara y nos protege. Desde un lugar
desconocido trae como la música que suena en el pasado el tacto de una piel
protectora. Te dejas acariciar, y sientes aquel roce que la memoria conserva
intacto, después de muchos años. Y con ese roce también regresas tú a ese lugar
cuando la llama se encendía en mitad de la mañana y desafiaba al mundo. Mas
esas notas se pierden en la calma, sólo dura el sueño un instante, y la piel advierte el engaño, el viento que lo arrastra todo. Entonces, ningún
sacrificio es suficiente.
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