El árbol nuevo, la imagen de un Dios resucitado, nadie
sabe por qué. El tiempo reconstruido por
algún motivo que no sospechamos. Fin y
principio, opuestos que confluyen en el mismo camino. La piedra que desconoce el sentido de
tanto afán inútil, del nacimiento y la muerte que nada justifican. Las cruces
dibujadas en el aire envejeciendo solas, confundidas ante tanto extrañamiento. La
verdad despreciada, sustituida por el abrazo de los cuerpos , y el viento, y un
pequeño refugio.
En ese refugio escondo estas pieles que respiran cuando llega mayo, y reclaman su
recompensa. ¿O acaso no la merecen?
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