LA CELDA
Una medida se derrama
hasta morir en la piedra.
Ninguen
pode lavar as sinais
que va dejando el tiempo.
El rojo doliente
de la lana en la tierra,
de la lana en la tierra,
y la luz de una vela enferma.
Una luz condenada
a no saber su destino.
Y apartas las telarañas que encarcelan
a un animal pequeño.
Y aquellas manos también pequeñas
no alcanzan a limpiar tus ojos,
a espantar las moscas que revolotean
sobre lo agrio.
Y tú sigues ahí,
en medio de la oscuridad,
sin saber dónde está el alma,
dónde su raíz.
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