El marco conserva las huellas, el deterioro causado
por las inclemencias y el desprecio del tiempo. Dentro, la pintura mantiene aún
el pulso firme frente a las grietas y los desencantos. Se nota que el viejo sueño del artista
permanece aún con sus ritmos vitales. Aún hay fuerza para llevar la mano hacia
un paisaje abierto, con su hierba
anárquica, y sus calveros despintados. Los
árboles, pequeños e indefensos, crean
una línea imaginaria que nos aparta de los peligros que a lo lejos se intuyen,
en esas manchas crecidas, insinuándose allá en el horizonte. Y detrás, un cielo,
cauto, sin color, ni confianza. Como el futuro, siempre incierto, y a la vez necesitado de esperanza.
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