La habías visto, antes incluso de oírla. Estaba quieta,
en el aire, contemplando cómo la tarde iba oscureciéndose , y alargaba su
figura hasta ahogar las casas situadas a ambos lados de la carretera, con sus
muros de invierno incapaces de sujetar algún verdor, el recuerdo de otras estaciones
más cálidas . La vi allí, sin rostro, pero con los ojos clavados en mi,
diciéndome que su presencia no era fortuita. Ninguna concesión , ninguna
tregua, puede alejarla por mucho tiempo. Y sentí el frío que nace dentro de uno
ante el desorden y el miedo. Ese frío que teje una mordaza. Y pensé en la pobreza,
en la necesidad que obliga a aquellos que no tienen nada a mirar los días de
otra forma, a sobrellevar la tristeza con gallardía. Esa tristeza que sólo
vence a los cobardes.
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