Para Antonio González Pérez
La
poesia que tanto amo sólo puede ser
una
fugaz y delicada acción del ojo.
JW
TRATADO DE LA INOCENCIA
Vuelve a sentarse sobre las tablas del árbol
serradas con la precisión de un cirujano de pueblo.
Dos vacas rubias o negras, el color es lo de menos,
tiran del carro por el camino da Besada.
Las piernas se balancean en el aire
mientras cae
un sol de justicia.
Una palabra que oye - sin entender nada-
en la lectura del domingo,
también sus piernas al aire y las rodillas
en los descansaderos
del árbol.
El camino queda atrás, y el huerto de Don Ángel
no tiene árboles sino confituras frescas
en bandeja de
plata.
Van sus ojos recomponiendo el mundo: os lameiros,
las tierras con flores de nabo, y de patata,
el trébol húmedo de la noche para la corte,
y más prados en el horizonte
y castaños en la ladera que saluda el sol.
La memoria es una boca de tierra.
Devuelve o no la vida. A veces llena de moscas y
tábanos,
limpia,sucia,
según el día.
Sentado sobre las tablas del árbol mira sus manos.
No son las mismas. Han crecido pero siguen siendo
inútiles
para el trabajo.
Quisiera tener la destreza para hacer con ellas
alguna cosa seria: sembrar trigo, cerrar la herida del tejado,
arreglar la rueda que ayuda a hacer más largo el
viaje.
Pero ahí sigue, contemplando el camino;
las nubes cierran el paso a un sol radiante,
parecido al que ayer relucía entre sus manos.
Aunque a él no le importa que sea más viejo.