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martes, 26 de agosto de 2014

Seis poemas gallegos


uno



Sería una mañana como ésta,
con nubes cerradas sobre los árboles,
cuando él vendría hasta este prado, cerca de la aldea,
con su ganado, tres o cuatro vacas rubias,
y un perro que se tumba en la hierba
mientras protege con una mano las hojas de un libro.
Desde aquí, y a pesar de la lluvia,
se reconocen las huellas del arado romano,
el vuelo de las aves rapaces
siguiendo el rastro de civilizaciones,
y lo que queda de antiguos cenobios,
un rezo que acompaña como un murmullo que se repite
hasta convertirse en súplica.
Desde aquí vería también las líneas quebradas del tiempo,
y más nítida aún entre la fosca húmeda
los contratiempos que tuercen el curso del río de la vida.

Esta mañana, lo veo refugiarse bajo las ramas de un castaño,
con su paraguas negro que abre igual si llueve
como si el sol crece endiablado.
Y él vuelve a su lectura
sin darse cuenta que hay alguien que lo mira,
alguien que intenta comprender
dónde reside esa paz
que guarda como un tesoro entre las hojas.    



dos


He visto el fuego que crece
allí donde las hojas nacen como el primer día.
Un cielo necesita alguien que mire
más allá de esas líneas que se alejan.
El destino es una hoja que va y viene
según el viento y las adversidades.

Muere el día sin aviso,
y en su muerte se representa el mundo. 




tres



En este fuego que devora la superficie y el centro,
que ejerce su dominio sobre las cosas y los seres,
sobre los árboles y las bestias y las piedras,
sentirse uno indefenso, desnudo,
y al mismo tiempo protegido,
dueño de un cuerpo que sabe su destino.

Como la nube en lo alto, en sus aposentos,
a merced del viento y las interrogaciones,
del poder que no conoce límites, ni fronteras,
ni sed, ni sufrimiento,
y lleva la vida de un lugar a otro
mientras ése es su deseo. 




cuatro

Y esta noche, más noche aún 

que la noche misma,
tan silenciosa
como los caminos que esconde
y las voces que duermen
en la ignorancia,
en el convencimiento
de que ella guardará
para siempre este sueño,
estas monedas de luz
que brillan un instante.




cinco
 

Abrir los ojos y cerrar la puerta
que nos protege.
Guardar en un invierno duradero
el pan y los alimentos, y esos libros
que siguen esperando, en silencio,
algo más viejos, su momento.
Y no dejar que llegue el sueño,
que es el ensayo de una muerte,
a enterrar las hojas,
las palabras que sólo buscan
el cuerpo de la luz.  




seis


Qué extraño el tiempo
que no te protege
como ayer aquella bóveda de hojas
en un lugar llamado verano.
Cruzan el cielo unos pájaros
cuyo nombre no conozco.
Vienen a robar los frutos caídos,
el amor que duerme desnudo,
sin otro cuidado que estas manos viejas,
inútiles para todo.
Si ayer sabía que los días
serían cada vez más cortos,
si el sueño pasaba dulcemente su mano
y dejaba tras de sí sólo una sombra,
nadie puede hoy
guardar tus pasos,
y que tus ojos puedan ver la luz
al otro lado, entre tinieblas.

Qué extraño el tiempo que te aleja,
y trae la palabra miedo
con sus  atajos y sus traiciones.
Aunque vuelva el rostro hacia aquellas hojas
que lucen como ayer,
donde tú estás feliz,
donde la vida parece más fuerte.