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sábado, 30 de abril de 2011

Buscaba en los canastos de hojas y semillas colocadas sin un orden aparente aquellas que pudieran aliviarme. Leí, detenidamente, cada uno de los cartones que con letra limpia, de imprenta, anunciaba para qué enfermedad era el remedio. Esperaba encontrar alguno que pudiera convertirme en otro. Algo así como Para los que no quieren seguir siendo el mismo. Enseguida me di cuenta que la leyenda era demasiado larga. En aquellos cartones blancos el vendedor tenía que hacer una síntesis, y eso exigía concretar muy bien el mal, no irse por las ramas. Lo mío, pensé, tiene que poder resumirse en pocas palabras. Estuve dándole vueltas para definir lo que me pasaba. Para cambios de personalidad. No estaba mal, me dije. Quizás haya alguna planta que pueda transformarme en otro. Cuando se acercó la vieja que atendía el puesto me di cuenta, por sus ojos, que su vida no había sido lo que se dice unas castañuelas. Me miró como si reconociera en mi algo propio. Y me susurró unas palabras que nacían de dentro: señor, lo siento, señor, no se puede hacer milagros. 

viernes, 29 de abril de 2011





Así de insignificante soy. Como ese cardo que proclama su agotamiento, su sequedad, defendiéndose de la luz y el aire que lleva sus blancas vellosidades, de aquí para allá. Inútil en su deseo, en su pobreza, y sin fuerza para sobrevivir a los días. Un cardo que se agita nervioso preguntando por qué.

jueves, 28 de abril de 2011

                                          Un poema de José Emilio Pacheco
                                          de su libro La arena errante.

ELOGIO DE LA FUGACIDAD


Triste que todo pase…
Pero también qué dicha este gran cambio perpetuo.
Si pudiéramos
detener el instante
todo sería mucho más terrible.

¿Pueden imaginar a un Fausto de 1844, digamos,
que hubiera congelado el tiempo fugaz en un momento preciso?
En él hasta la más libre de las mujeres
viviría prisionera de sus quince hijos
( sin contar a los muertos antes de un año),
las horas infinitas ante el fogón, la costura,
los cien mil platos sucios, la ropa inmunda,
-         y todo lo demás, sin luz eléctrica y sin agua corriente.
Cuerpos sólo dolor, ignorantes de la anestesia,
que olían muy mal y rara vez se bañaban.

Y aun después de todo esto, como perfectos imbéciles,
nos atrevemos a decir irredentos:
“ Qué gran tristeza la fugacidad.
¿Por qué tenemos que pasar como nubes? “

La otra tarde, Sergio Arévalo se fijó en una réplica en miniatura del dragón, mientras humeaba en su taza el té. Le dije que era un recuerdo del Parque Güell, regalo de mi hermana. Pocas cosas son las que me unen a esa ciudad, y es extraño. Con apenas cuatro años, todos los días, miraba las monedas arrojadas en el estanque, acariciaba las garras del dragón, tocaba sus ojos y la boca abierta, antes de cruzar el portón de hierro hacia las clases. De esos años quedan algunas fotografías de familia. A pocos metros, y ya dentro del laberinto de las columnas , se nos ve a todos un domingo de ramos con la ilusión de una vida que comienza. Mis padres muy jóvenes aún, de pie, sobre el pretil de azulejos blancos, bajo una bóveda llena de luz. O más arriba en la replaceta, donde la gente iba a merendar , mientras los niños daban vueltas y vueltas en unas bicicletas de alquiler, y veíamos la ciudad, igualmente joven, extendiéndose desde la colina hasta el mar, entre una algarabía de voces y manos señalando un lugar, allí, donde los sueños de uno encuentran un refugio para vivir.



miércoles, 27 de abril de 2011

Cómo he podido olvidarlo. Aunque la verdad es que todo es olvido No se decir lo que viví hace un mes. Mas allá confundo unos días con otros, unas noches con otras noches, como si todo se quedara en un lugar perdido, y lo que ocurre en ese lugar no lo conociera. El que fui ayer desaparece. Lo poco que guardo son algunas imágenes que yo mismo inventé para así poder recordar algo. ¿ Sin recuerdos se puede seguir en pie, seguir vivo?. Cuando lo que viví hace sólo unos días desaparezca, y no pueda saber quién fui, decir qué hice, por ejemplo, un lunes 25 de abril, mientras conversábamos tomando el té con Sergio Arévalo y Cristina.
Lejos, en una esquina de mi cabeza sigue dormida la Carpeta China, de Federico Castellón , y en algún lugar perdido ese día en que  los amigos decidimos coger cada uno un trozo de su memoria, para que el gusano de la desidia, del abandono, no terminara con aquellos días vividos por el artista en China. Para poder seguir preparando el té por la tarde, esperando el regreso de Sergio Arévalo, como si el tiempo no hubiera pasado, y nada tuviera que caer en el olvido.



" Comida en la casa del té "   Carpeta China, 1950. Federico Castellón

martes, 26 de abril de 2011

Ayer no fui justo. Quizás por eso vinieron a buscarme ya muy tarde algunos pensamientos . Olvidé la visita que Sergio Arévalo y Cristina nos hicieron por la tarde. Estuvieron en casa y tomamos té. Nos contaron alguno de sus planes. Sergio regresa a Pekín el viernes, día 6. Estará, según nos dijo, trabajando en China los próximos años. Ningún lugar está lejos para los más jóvenes. Nos contó que pocos días antes de volver a España estuvo en la Ciudad Prohibida. Era una visita turística, recorrió el Palacio Imperial, sus jardines, etc., pero la sorpresa fue encontrarse con un grupo de jovencísimas alumnas, de doce o trece años, que habían ido a conocer  la ciudad,  desde su aldea, situada en el interior del país. Era la primera vez que veían a un hombre occidental y querían fotografiarse con él. Fue entonces cuando busqué en la biblioteca un viejo libro L´art chinois  , que compré en una librería de viejo, la edición es de 1962, y tiene ilustraciones en color, un color que con los años se ha ido deteriorando. Las imágenes hablaban de una cultura milenaria y refinada. Con los herederos de aquella vieja civilización se fotografió Sergio, y con ellos convivirá durante estos años . Cuando regrese no será el mismo. 



                            Figuras de cerámica pintada. Dinastía T´ang.

lunes, 25 de abril de 2011

Por qué este empeño, si de nada sirve querer cambiar la dirección del viento. Otro día termina sin dejar rastro, ni una sola cosa que merezca salvarse. La luz se va sin hacer ruido, como si alguien fuera soplando unas velas enfermas, ya sin aliento, para después cubrir con un manto de sombra las vetas del crepúsculo. Siento su amenaza, el destino que abre y cierra cada día este círculo. Más allá, lo que queda es hundir los ojos en la noche.

domingo, 24 de abril de 2011



No traigo hasta aquí gratuitamente la portada del libro de Rafael Juárez publicado en La Veleta, la colección de poesía que dirige Andrés Trapiello, en Editorial Comares. Las ediciones de La Veleta han sido desde sus primeros títulos cosa de “ culto “ , y  no sólo por lo que se refiere a sus portadas, a la tipografía, o al papel utilizado    -  Trapiello publicó hace unos años Imprenta moderna. Tipografía y literatura , 1874-2005,  dejando constancia de su devoción y su conocimiento del arte tipográfico -     sino fundamentalmente por los autores seleccionados. Desde Salvatore Cuasimodo, Francis Jammes, Giovanni Pascoli hasta Ramón Gaya, Juan Manuel Bonet, Miguel d´Ors, etc. Uno de esos afortunados es Rafael Juárez, poeta sevillano, pero granadino de vocación, que publicó casi iniciada la aventura editorial Las cosas naturales , y  posteriormente en el año 2001 Para siempre , una extensa selección de su poesía. En este libro el lector encontrará como pórtico el soneto Lo que vale una vida , en alejandrinos, un poema cuya escritura nos desvela a un gran poeta, demasiado olvidado.

 Y decía que no era gratutita la referencia pues Rafael Juárez estará en el Aula de Poesía de Almería el próximo 23 de mayo.



LO QUE VALE UNA VIDA

                                                           Para Pilar


Estoy en esa edad en la que un hombre quiere,
por encima de todo ser feliz, cada día.
Y al júbilo prefiere la callada alegría
y a la pasión que mata, la renuncia que hiere.

Vivir entre las cosas, mientras que el tiempo pasa
- cada vez menos tiempo para las mismas cosas -
y elegir las que valen una vida: las rosas
y los libros de versos, y el viaje y la casa.

Hasta ahora he vivido perdido en el mañana
- seré, seré, decía - o en el pasado  -  he sido
o pude ser, pensaba -  y el mundo se me iba.

Ahora estoy en la edad en la que una ventana
es cualquier aventura, y un regalo el olvido.
Ya no quiero más luz que tu luz mientras viva.

sábado, 23 de abril de 2011





Salimos con el sol de la mañana. Pronto dejamos atrás, a nuestra derecha,  el cruce hacia Cabo de Gata. El playazo a lo lejos era una línea inconfundible, casi familiar. La tierra que nos recibe ahora, a la entrada del Parque, parece que rezuma sangre, de ahí que la llamen tierra colorá. Los lugareños la cubren con plásticos, bajo estructuras metálicas que han sustituido a los viejos invernaderos levantados con poco más que humildes maderos. Nos siguen algunas nubes caprichosas, de una blancura extrema, que hacen más azul el cielo. Estos lugares habría que recorrerlos a pie, sin urgencia por llegar a ninguna parte. Los ojos no se acostumbran a la belleza. Las lluvias de este pasado invierno siguen nutriendo de verdor algunos acebuches y azufaifos , mazos de palmitos desperdigados, y una hierba rala que parece pintada. Los palmerales cerca del mar son un espejismo, oasis con los que sueña el viajero. Sí, algo tienen estas tierras de espejismo, tanta luz ¿ acaso no nos ciega ?. La Isleta , Rodalquilar, Las Negras, en cualquiera de esos lugares podría uno cerrar los ojos, sintiendo la mano del sol, y su aliento como un soplo de vida.  
Luce el sol desde hace unas horas. Nada parece detenerlo, ni siquiera el rastro de unas nubes que dejan sus flecos desperdigados. Contra la voluntad del sol todo es inútil, por eso los hombres han ido acomodando sus costumbres, su manera de ser incluso, a su presencia. Ayer, las sombras también decidían por nosotros, pero se acomodaban mejor a un tiempo de pasión . Muerte y resurrección, lo son, si cabe, aún más entre tinieblas.
Y esto lo dice alguien que ni siquiera ha pisado estos días las calles de una ciudad, que como muchas otras  ciudades de nuestro país, cuando llega Semana Santa, se llena milagrosamente de un fervor religioso. Eso sí, un fervor pasajero.

viernes, 22 de abril de 2011


Cuando la ficción alcanza visos de verdad las imágenes guardan  un misterio insospechado. Algo de eso creo que busca en sus imágenes el fotógrafo finlandés Pentti Sammallahti , en esta exposición “ Au bord du monde ( CAF, de Almería) . La extrañeza se convierte gracias a la mirada del artista, alguien tan delicado o tan brutal como aquellos a quienes retrata , en un vínculo que registra la memoria. Y no de muchos fotógrafos puede decirse eso, hoy que vivimos rodeados de tantas imágenes que desbordan nuestra capacidad de recordar.  
Recoge César Antonio Molina en Lugares donde se calma el dolor , la última entrega de lo que viene llamando Memorias de ficción, aquello que Esquilo le hacía decir a Pelasgo en Las suplicantes: " Sí, necesito un pensamiento profundo. Sí, necesito que baje al abismo como un nadador, una mirada que mire" . Que sean estas palabras, casí como una súplica, las que inicien Vía Nova, esperando que esta bitácora sea también uno de esos lugares donde se calma el dolor.